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Alas.

       Refugiada en tus silencios escrutas mis gestos, mis miradas, y aunque tus besos aprueban la batalla, no dices nada.      Después te observo desde una prudente distancia, intentando identificar las señales, memorizar las curvas, esculpir el tacto de tu piel sobre mi perdida calma.      Recorro en bucle el tiempo que hace que llegaste, y mido en nanosegundos el que nos queda antes que nuestro momento acabe.      Y finalmente recuerdo, que desde la primera noche que dediqué a contar los lunares de tu espalda, cuando intento resumirte con palabras, nunca olvido describir primero tus alas.
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De principio a fin.

Rodeando tu talle mis manos obligaban a mis dos pies izquierdos a moverse al compás de tus pasos. Mis ojos malinterpretaban tus sonrisas, mi boca moría de sed a diez centímetros de tus labios. Y el alma, que nunca creí poseer, abandonaba mi cuerpo cada vez que te alejabas. Cuando dejó de funcionarnos este extraño juego del gato  y el ratón, mostramos nuestras cartas. Nos entregamos a la explosiva mezcla de ternura y pasión que nos arrasaba. Tus uñas en mi espalda, eran garras afiladas que abrían nuevas heridas antes de que las últimas cicatrizaran. Mientras, mi boca lanzaba dentelladas que se clavaban en tu cuerpo, que me gritaba que lo devorara. Las caricias eran el ungüento que utilizábamos después de cada batalla a todo o nada. Cada amanecer era el primer día de primavera en Titán, y la danza de sus siete lunas, un espectáculo interpretado sólo para nuestros ojos, que observábamos tendidos sobre la hierba de la orilla del lago. Intercambiamos religiones y creencias, tú abrazaste con

En mis pesadillas.

En mis pesadillas, hay un dragón. Aunque no siempre lo fue. En su interior manda el instinto. Apenas queda rastro de lo que un día fue. Al rayar el alba, despliega sus alas y abandona el acantilado donde se encuentra su refugio. Como cada día, el cielo es plomizo, y los rayos de sol apenas besan la corta hierba. El batir de sus alas lo eleva. Sus ojos le muestran un prado cada vez más yermo, y pequeñas figuras, que se estremecen y comienzan a correr al divisar su sombra. Se esconden en estructuras, a las que llaman casas y se creen a salvo. Al sobrevolar el castillo, las flechas buscan su cuerpo. Las ignora mientras rebotan sobre su piel. Traza círculos amplios, y emprende el descenso. La misma figura de siempre lo observa, todos los soldados llevan casco y se agachan cuando el dragón pasa rozando las almenas del castillo, ella no lo hace. Su melena se agita con la ráfaga de aire, se retira el cabello de la cara, sigue observando el vuelo del dragón y como captura a su presa. El instin

La vida imaginada.

     Tú y yo teníamos un sueño. Una casa frente al mar, rodeada de una valla blanca, un camino de césped salpicado de grandes trozos de mármol hasta las escaleras del porche, en su interior, un pequeño balancín solo para dos, desde donde poder admirar el jardín y la playa. Detrás estaría la barbacoa para las reuniones con amigos y familiares.      Los primeros años serían para nosotros, para disfrutarnos. Después llegarían los niños, al menos tres. Vendrían las noches en vela, los miedos de todos lo padres frente al reto de criar y educar a una nueva generación. Pero también llegarían las risas, los juegos, las mañanas en las que despertaríamos con la cama llena de esos pequeños diablos, que se habrían adueñado de nuestras vidas. Las fiestas de cumpleaños, los bailes de graduación. La noche en la que me pasaría horas tras la ventana, solo para asegurarme que ese melenas con cazadora de cuero no se atrevía a besar a nuestra pequeña Emma, después de su primera cita. Los partidos de fútbo